El largo camino

04 El largo camino

De sobra saben los puristas del juego que sobre grandes ideas suelen depositarte rezagos de vanidad. Pareciera que el método glorioso toma asiento en la historia y la memoria para luego enquistarse en la inoperancia. Pasa de soberano a lastre porque vive desconociendo la eventualidad de su propio éxito. Así, por ejemplo, el fútbol total de Cruyff mutó a los totalitarismos de la libreta de Van Gaal, el catenaccio a paredón y el ensueño del jogo bonito a la misteriosa necesidad de los próceres de jugar con los sueños que quienes ni las dan ni las toman.

Sobre esa cuerda se pueden figurar en la geografía de nuestro césped analogías y paralelismos a los signos de estos tiempos, porque no distan demasiado a lo que en teoría aguanta la pizarra. Porque los que se nos impone como hoja de ruta pasaría en nociones de táctica por bocetos ilegibles con insinuaciones de garabatos y esas cosas que, por imposibles de asumir e interpretar, suenan a distracciones de melcocha y compadreo.

Tal vez por eso deberíamos saber que, a lo Simeone, partido a partido y sufriendo más de la cuenta, hemos llegado hasta aquí, hasta el hoy, pero cada vez con menos certezas de que el hecho concreto de llegar y estar nos sirva para más que volver a empezar desde cero, una y otra vez. Hay quien dice que se ha ganado mucho en el camino, que se ha sentado cátedra canonizando un estilo irreverente, que los hay peores rifándose el descenso, que se han dado lecciones de sacrificio y pasión por el escudo y los colores, pero la realidad nos sabe sin ratos de sosiego y nuestra suerte se la sigue jugando a diario en inacabables tandas de penales.

Como si no existiera mejor victoria posible que la de conservar el hambre para forjar lo que por incoherente se sabe interminable, se nos sigue invitando a la resistencia y a la épica. Los ideólogos de la maquinaria reajustan lo que entienden necesario. Pinceladas. La zona wifi emplaza el marcaje personal y se canjean viejos cánticos militantes por los metales de nuevos soneros. La orden: seguir jugando a lo mismo que hace décadas atrás. Da igual el resultado.

No obstante, nuevas dinámicas y estilos cada vez más vertiginosos nos superan en velocidad y ritmo. Nunca fuimos virtuosos de toque fino, pero el ladrillo pide a gritos una dosis de “neymarezca”. Nos prodigábamos achicando espacios, pero ya andamos faltos de revoluciones. Éramos una orquesta basculando, pero ya no hay convicción de que se pierda mucho cuando nos ganen las espaldas. No hay fe en la remontada y el equilibrio que antes se enmascaraba en la retórica del colectivo ahora yace fraccionado. Son menos los que disponen de más minutos y nuestras virtudes de antaño se van diluyendo de a poco, aunque sigan siendo karma y osamenta de quienes lucen su decadencia arrastrándonos mar adentro.

Hace tiempo que justificamos el balonazo y la ineficacia del método con la presión adelantada de rivales. Hace bastante que las vacas sagradas dilapidan ventajas llenándose la panza a boca de arco mientras el resto mete la pierna y defiende con el cuchillo entre los dientes. Desde arriba se nos inyecta contragolpe y caja defensiva porque la anarquía es inconstante y desvirtúa el recurso de sociedades que generen progreso. Pasamos del vértigo porque el enemigo propone una ida y vuelta que puede retratar fisuras y nuestro oficio ha de ser el sospechoso arte de anticiparlo y  ponerlo en offside a los ojos del mundo, incluso cuando no lo esté.

A jerarquías enrevesadas sobre el campo se les debe ya un buen estornudo. Tiene que llegar el día en que nos despojemos del dogma para combatir las gangrenas enquistadas en las paredes de nuestra propia institución, que anda descompensada por donde quiera que se le mire. Títularísimos con nada y suplentísimos de talento y academia esbozan una simbiosis que no encuadra en los estándares. Es la verborrea de los impostores del balón sometiendo por goleada a la poesía freestyle de Ronaldinho. Fugas de cantera disfrazadas de panacea y vicio juvenil, pero que son golpes francos a la línea de flotación del sistema y a la credibilidad de una filosofía que genera disonancia en todos los sentidos.

Gestión que no derive en equilibrio perceptible a ras de pasto no puede condenar a la masa a resistir suplencia en perpetuo viacrucis mientras elementos de la zona noble y  sus “grupis” de siempre, cómplices irresponsables de un seguro naufragio, se entretienen abriendo los brazos en cruz detrás de mostradores desiertos y terminales de contenedores en pañales, gritando que son los reyes del mundo. Silogismo de clases donde los humildes que presumen afectos de Maradonas viven como Ronaldos.

Pongamos que aquí se habla de fútbol y no de otra cosa. Pongamos que nuestros síntomas son los de un vestuario autogestionado por el miedo a la gambeta y al cambio de ritmo y que ha sido incapaz de transformar las reglas del juego para dar remedio a su letargo. Un vestuario que amortigua la bronca en los silencios. Que se sabe en tiempo y forma distante al falso nueve y a falsas promesas, pero que cede en el mano a mano y luego se desdobla en las tribunas haciendo la ola con su propia desgracia. Un vestuario inerte que se sabe condenado al fracaso, pero que al igual que la banda de cierto barco, seguirá tocando la misma melodía, aceptando su fatal destino.

 

 

 

 

 

Un comentario en “El largo camino

  1. La orquesta seguirá tocando en el Titanic hasta que el barco se vaya a pique definitivamente. Manos sobran para continuar la melodía y el director de la misma, el mandamás de este gran estadio rodeado de agua, no parece tener el más mínimo deseo de acallar el barullo e intentar calafatear de emergencia los remaches que saltaron con el encontronazo. Nos toca a nosotros entonces poner orden en este gallinero, a razón de alguna que otra alternativa que pase de preguntarnos el qué y el cómo a tratar de hacerlo…futbolísticamente hablando…

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